Primero, se realiza un análisis de series temporales con datos a nivel nacional desde 1920 a 2018 y segundo mediante el análisis datos de panel de los 51 Estados entre los años 2007 y 2018. La distancia total recorrida por los coches muestra una correlación positiva con las muertes por accidentes en carretera, con una elasticidad igual 1. Esto es, un incremento en 1% de los km/millas recorridos se asocia a un aumento del 1% de las muertes por accidente de carretera.
El uso de transporte público tiene una correlación negativa con estas muertes. De forma que si se duplicasen los viajes en transporte público, manteniendo constantes otras variables, las muertes por accidente de carretera caerían en un 5.5%. Esto puede explicarse por el reemplazo modal, por evitar la conducción bajo los efectos del alcohol y por la incidencia de las zonas donde hay buena cobertura del transporte público y cortas distancias para poder ir andando. Por tanto, no sorprende que la densidad poblacional también muestra una correlación negativa con la siniestralidad, lo que se explica por la mayor fricción que reduce las velocidades de circulación y la contribución de la densidad a la eficiencia del transporte público.
En resumen, es importante que el diseño de políticas públicas relacionadas con la movilidad, consideren que la dispersión urbana es un factor de riesgo. El uso de transporte público tiene externalidades positivas sobre la seguridad y éste se ve empoderado por la existencia de ciudades compactas, integradas y con un desarrollo urbano guiado por una buena red de transporte público. Este tema ha cobrado especial relevancia con la pandemia generada por la Covid, ya que ha hecho que aumente el deseo de la población por vivir en la periferia de las ciudades en espacios con menores densidades de población.